28 MAR. 2023

Sobre lo que sentí cuando fui a ver a Guido Reni en el Prado

 
 

“El daguerrotipo está destinado a reproducir casi con total exactitud la belleza de la naturaleza y el arte […]; es la representación incesante, espontánea, infatigable, de miles de obras de arte que el tiempo ha derribado o ensalzado en la superficie del globo. […] Está destinado a difundir en nuestras casas, y a precio reducido, las obras más bellas de todas las artes, que poseemos sólo bajo forma de copias costosas e infieles; dentro de poco, cuando nosotros mismos no queramos ya grabar, mandaremos a nuestro hijo al museo diciéndole: “Dentro de tres horas me tienes que traer un cuadro de Murillo o de Rafael”.

L’Artiste, Jules Janin, 1839

Nunca empezar un texto ha resultado tan complicado para mí, sobretodo teniendo en cuenta todas las ideas que llevo queriendo expresar desde que he llegado a casa después de haber visitado la que probablemente sea la exposición temporal más bonita que habrá en Madrid esta primavera, la de Guido Reni en el Museo del Prado.

Antes de nada, me gustaría invitarte a entender el motivo por el que deseaba tanto poder ver esta exposición, un poco para poder sentir desde el mismo sitio desde el que yo lo he hecho, aunque más adelante entenderemos que el conflicto final y no resuelto que ha supuesto esta visita podría ser extrapolable a cualquier experiencia en este mismo museo.

La belleza del Barroco puede ser entendida de muchas maneras, de hecho desde mi propia perspectiva no hay ni habrá ningún artista capaz de representar la realidad y la belleza como lo hizo Caravaggio, pero claro está, desde una perspectiva actual. En su momento, no fue su pintura la más aceptada, sino en este caso la de Guido Reni, lo que vino a ser la victoria de la corriente clasicista que apoyó el mundo académico de ese momento frente al dominio de la realidad y muerte (también llenos de belleza) de Caravaggio.

De la definición del “ideale del bello” desarrollado durante el Barroco, fue la propuesta de Reni la que más se adaptó a un concepto de libertad creativa, aceptándola y creando las maravillosas obras que he podido hoy contemplar desde cerca. Sea como fuere, sin duda una figura artística relevante digna de ser vista en vivo y en directo, entre otras cosas, porque ahí está Italia, y ahí está y seguirá estando Roma (como siempre).

Está claro que visitar un museo, una exposición, poder ver arte en vivo y en directo, te somete a una experiencia sensorial y emocional que a lo largo de los años se ha ido matizando de diferentes formas. En este caso me invaden dos ideas: la primera está relacionada con la forma ideal de contemplar arte, que defiendo siempre como algo pausado que debe observarse dejándote llevar y esperar de te devuelva una emoción , y en esta acción puramente humana y emocional no intervendrían más que los sentidos. La segunda idea tiene que ver con lo que pasa después de eso, después de la emoción.

Y hoy en día esa reacción después de la emoción suele ser (siempre que haya despertado algo en ti, y pese a quien le pese) hacer una foto. “Puedes pensar que hay mil fotos y libros donde saciar la necesidad… tampoco busco un souvenir enfermo en retratar allí donde estuve… pero es importante para mí saber que lo viví y que yo tomé parte de ese proceso” , dice Toni Anselmo, un seguidor que ha querido compartir su experiencia sobre este tema conmigo. “En mi última visita a la ciudad, pasé una mañana en el Museo. No me acordaba de la prohibición y, ante semejante espectáculo (esas paredes verdes preciosas y esa riqueza que cuelga de ellas) me dispuse a tirar una fotografía, con lo que un vigilante vino corriendo a reprender mi acción. Me sentí un criminal”.

Abramos debate.

Mi experiencia hoy en el museo ha sido maravillosa (aunque podría haber sido mejor) porque he podido disfrutar en quietud de cada una de las obras que he contemplado, pero me ha faltado esa parte en la que poder transmitir a través de fotografías lo que he experimentado, estando segura de que todas las variantes en esta ecuación habrían sido resueltas sin problemas si me hubiesen permitido hacerlo.

Si tuviésemos que hacer un análisis sobre la comunicación y el marketing digital del Museo del Prado todo sería excelente, canales de Redes Sociales que acercan el arte a diferentes públicos y una actividad frenética que aporta sin duda alguna información de interés y útil para visitantes, además de despertar un interés importante en aquellos que planifican su visita. Nada que decir al respecto. Todo bien. Muy bien.

Pero qué sucede cuando se generan expectativas en torno a la visita de un museo, siendo consciente de que lo último que puede pensar un visitante es que a día de hoy realizar fotos dentro del museo está absolutamente prohibido. Ahí, es en este preciso momento, en el que pese a quien le pese, y a pesar de los canales oficiales, las actividades programadas, la visita en sí, ahí es precisamente cuando el visitante ve modificada su experiencia en el museo, en mi caso, para mal. Claro está, como explicaba antes, para muchos otros será para bien ya que supondrá ese motivo de desconexión del mundo virtual y conexión con esa acción puramente humana y emocional en la que no intervienen más que los sentidos.

Y me pregunto, ¿acaso desvinculamos de nuestros sentidos las emociones que queremos expresar, aunque sea a través de una fotografía?

Es bien sabido que el Museo del Prado es de las pocas instituciones que no permiten realizar fotografías dentro de sus salas. Miguel Falomir, actual director, expresó los motivos de su postura a El País. "Nuestro principal objetivo es mejorar la experiencia de la visita", subrayó. "Pararse frente a un cuadro y esperar a que se tome la foto entorpece enormemente. Se general colas y tumultos, sobre todo en las salas donde se encuentran los cuados más famosos". Fuente.

También dice que la prohibición es un “lujo”, pero ¿y si lo que quiero hacer con esas fotos es contar una experiencia? ¿una historia? ¿invitar a conocer algo sobre una obra u artista?

Esto me hace plantearme el lugar que reservan las instituciones para la divulgación cultural, hablando de divulgación como algo que no esté limitado al “lujo” o a la permisividad, de hecho, son infinitos los ejemplos en los que estas restricciones son válidas sólo para unos cuantos.

Pero volvamos a lo realmente importante, la belleza, porque ya deberíais saber todos que es un derecho. Me encantaría que hubieseis podido ver detalles del cartón donde Reni dibuja a Erígone, del torso de su San Sebastián, de la mano de Atalanta sujetando esa manzana del Jardín de las Hespérides, de los rostros de los Viejos que miran a Susana, el traje y los ropajes del ángel de su Anunciación o los pies en quietud de su David mientras sostiene la cabeza de Goliat.

No sé si es una cuestión de intento de privatizar un imaginario colectivo, no sé por qué no puedo hacer una foto de una obra que me inspira para contar algo sobre ella pero si puedo comprarme una camiseta a la salida y llevarme la obra “puesta”, no sé por qué aquí no, pero allí si, como tampoco entiendo por qué con el móvil si, pero con la cámara no. Existen muchas dudas en torno a este debate, y soy consciente de la indignación que despierta en muchas personas de mi sector. Y esto me hace pensar en cuánto hay de contemporáneo en eso de intentar salirse de la norma, al fin y al cabo, un clásico que se repite a lo largo de la Historia (no sólo del Arte).

Yo sigo defendiendo a través de lo que hago ese mirar de forma consciente para que las emociones que se generan sean expresadas, comunicadas a personas desde diferentes puntos de vista sin hacer sentir el peso del academicismo, porque el arte es para todos, incluso para los que jamás podrán ver una obra de Guido Reni más allá de la perspectiva de las fotografías de la página web de un museo.

Por último, indicar que soy consciente de que podría haber pedido una autorización si tanto deseaba realizar fotos, pero primero, creo suponer de antemano que me habría sido negada, y segundo, mi reclamo es el de poder sentir la calma y la libertad de poder hacerlo sin pensar que estoy cometiendo una ilegalidad sin tener que pedir una autorización. Supongo que no todo el mundo entiende lo que significa recurrir al recuerdo visual para revivir un momento en concreto y supongo que también habrá personas que crean que todos estamos aquí para sacar provecho de algo.

Este texto, lejos de ser una crítica lo que invita es a reflexionar sobre un debate non-finito y lleno de matices. Yo sigo con lo mío, porque podrán prohibirme hacer fotos en el Prado, pero nunca podrán prohibirme dejar de opinar sobre lo que esta sensación me produce.

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